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El Hobbit: Una Experiencia Inesperada

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Es fácil odiar o criticar de entrada aquello que no entendemos de inmediato. Recuerdo cuando vi Avatar en el 2009. Realmente no esperaba más del film que una nueva experiencia cinematográfica como la que llevaban meses, años prometiéndonos. Seguro, muchos lo llamaron gimmick o estrategia mercadológica para vender más boletos todavía más caros, pero no veo la diferencia en eso a las mentiras que se tragan aquellos que compran el mejor perfume, el mejor licor o el mejor carro en puras promesas de que no se parece a nada visto antes. Nosotros los que supuestamente amamos el cine queremos ver lo último en tecnología, la olla donde se cocina la magia. Y digo “supuestamente” porque existe otra cantidad que más o menos pelea desde el rincón equivocado. ¿Qué hace a una película buena? Esa pregunta tiene un montón de respuestas. Sobra decir que cualquiera de ellas se torna tan subjetiva como el chango que la exhala. Algunos prefieren todavía ese cine inmaculado que un grupo de viejitos ha puesto en capsulas para enviar al espacio. Otra mitad solo quiere salir el fin de semana a ver una pieza de movimiento que mantenga a sus cerebros ocupados. Y todo otro montón esta en algún punto intermedio. Nada más sabio se ha dicho que “la belleza radica en el ojo del portador”. Cuando pagamos un ticket y nos sentamos en el sillón, no sé qué es lo que ustedes esperan ver. ¿Deseas ser entretenido? ¿Qué cosas te entretienen? ¿Estás feliz o estás triste? ¿Qué tanto pones de tu parte para apreciar las imágenes y los sonidos que fluyen desde la ventana y que tanto les estas exigiendo cosas que nunca estarán ahí? Amar el cine es un toro difícil de domar. Este año Battleship fue una de las películas que más entretenido me tuvo en la sala. Cada que lo digo alguien arroja un gruñido. No suena tan diferente al gruñido de otros changos cuando les digo que Dogville de Von Trier y El Séptimo Sello de Bergman son de mis películas favoritas en la historia. Las movies son un presente esperando a ser desenvuelto. A veces son calcetines cuando queríamos una chamarra. Hay que ver el plus donde nuestros pies, al menos por un rato, no volverán a tener frío.

El Hobbit está siendo vendida como la película del invierno. El blockbuster decembrino que ya dejó a Avatar atrás. Tres años en tiempo tecnológico es demasiado. Y esta vez no solo están prometiendo la tercera dimensión, sino un pequeño experimento conocido como HFR. No entraré en detalles sobre que significa esto del Higher Frame Rate o los 48 cuadros por segundo (lo pueden leer en la misma página de la película) pero es esta extraña cosa audiovisual que se parece más a la televisión o a los videojuegos que a aquello que solíamos llamar “cine”. Los movimientos son más rápidos, la acción se desenvuelve más en tu cara. Sí, hay algo extraño, algo que de inmediato no encaja. Al menos no en lo que estamos acostumbrados a que el cine debe aparentar. Esa intermitencia ponderosa. Nos educaron a diferenciar entre la ficción y la realidad pero nunca a confundirnos cuando una cosa se parece a la otra. Algunos dicen que las escenas se ven filmadas en sets, como las telenovelas, y eso es porque las escenas fueron filmadas en sets. Lo que ocurre en las movies es falso pero solo es tan falso en la medida que alguien tuvo que realizarlo para registrarlo. La perpetuación de la mentira. Yo no cuento eso como un error. Somos fantasmas flotando en mundos que no pertenecemos. ¿No será tanto que parecen escenarios sino que la parte lógica de nuestro cerebro esta recordándonos que el mundo de fábulas no existe? ¿Qué va a pasar cuando veamos una película en HFR grabada en una oficina? ¿Será la oficina un set o una oficina de verdad?

El cine como forma de arte no es nomas aquella visión extravagante o desafiante que nos narra un cuento para desgarrar el alma. O el intelecto. El arte también está en cuestionar al medio, no solo el discurso sino en la misma tecnología que lo reproduce. Desde el amanecer del hombre, solo se ha proyectado a 24 cuadros. Hollywood tiene que ver solo en tanto se necesite su dinero. La exploración siempre es cara. La tercera dimensión al fin se posicionó como un formato valido que un porcentaje de cinéfilos inmediatamente descalifica. Me pregunto qué sucede cuando Herzog hace su Cave of Forgotten Dreams o Wenders Pina. No es diferente a ver una increíble Dredd o Prometheus. En lo menos, es un caso de estilo sobre sustancia. Mentiría si tuviera un comentario que hacer sobre la historia de El Hobbit (ni leí el libro tampoco) porque yo estaba más infatuado con las imágenes. Hay algo increíble en ver a la cinematografía re-definida, valga la redundancia, ante tus ojos. En la era Pre-Avatar yo era un hater del 3D automático y desde entonces no me interesa ver otra cosa. Ahora con el Hobbit correría a cualquier película proyectada en HFR por default. Es como cuando Méliès hizo El Viaje a la Luna o esa representación que vimos a principios del año en The Artist donde el sonido destruye para engendrar de nuevo o incluso la mitológica invención del CinemaScope.

Regularmente estamos escuchando que lo digital, los streams y la piratería están destruyendo la experiencia cinematográfica. Que la gente no va al cine como antes. Y todo esto es en gran parte, no solo a la facilidad de acceso, sino que la mayoría del cine no nos ofrece reinventarse. Aquí viene una que si, y les sugiero, no debe ser una que pasen.

@brijandez


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